
Me gusta cuando un cliente llega al despacho de abogados, preocupado y ansioso, me explica el problema que le atormenta y yo, después de valorar la situación, veo que hay solución (más o menos complicada, pero solución al fin y al cabo), se la explico, le tranquilizo y esa persona se vuelve más calmada, feliz incluso, a su casa.
Me encanta la sensación que siento cuando llamo a un cliente para decirle que ya tenemos sentencia, que es buena y que el Juez nos ha dado la razón. La alegría, a veces hasta lloros (de felicidad, claro está), que escucho al otro lado del teléfono, compensan, sin ningún género de dudas, todo el trabajo y el esfuerzo realizado durante la tramitación del asunto.
Es cierto que a veces las noticias no son buenas y que es muy duro llamar a alguien para decirle que no, que Su Señoría ha dicho que no teníamos razón, sobre todo cuando, a pesar de que lo has dado todo y te has dejado la piel en ello, tu cliente no valora el esfuerzo realizado y cree que no te has implicado lo suficiente. Pero, incluso en esos casos, cuando han pasado unos días, me tranquiliza pensar que he hecho todo lo posible por conseguirlo y que, al menos, puedo decirle a mi cliente que también él debe sentirse satisfecho porque lo ha intentado hasta el final y no se ha rendido.
Aunque llevo ya algunos años ejerciendo la abogacía me sigo poniendo nerviosa cuando tengo juicio y voy a entrar en Sala (luego ya me meto “en faena” y se me pasa), pero es que no puedo dejar de pensar en lo que está en juego: el interés de una persona que ha depositado en mí su confianza. Por eso, me resulta muy frustrante cuando Su Señoría afirma rotundo/a: Letrados, tienen 10 minutos para conclusiones. Afortunadamente, esto no ocurre en muchas ocasiones pero cuando pasa siempre me queda el resquemor de que, en mi afán por resumir y cumplir las indicaciones del Juez, se me pueda haber quedado algo importante en el tintero.
Pero bueno, todo eso (como las sentencias malas) forma parte de esta profesión y es algo que tienes que aprender a sobrellevar, porque es cierto que lo que está en juego es el derecho y el interés del cliente, pero no lo es menos que tú, como abogado, te implicas mucho (con algunos casos más que con otros, aunque tratando siempre de mantener una distancia que es necesaria y beneficiosa para que puedas defender con objetividad y profesionalidad los intereses de la persona que te ha contratado) y que igual que te alegras, de corazón, con las buenas noticias, sufres y lo pasas mal con las sentencias desfavorables.
Me gusta pensar que los abogados somos una pieza importante de ese engranaje que es la Administración de Justicia. Es cierto que se trata de un armazón pesado, que en algunos aspectos se ha quedado muy anticuado y que no funciona con la rapidez y eficacia que todos desearíamos, pero no puedo dejar de creer que somos como tornillos, pequeños pero imprescindibles para que se mueva una rueda, que hace girar otra mayor, que, a su vez, moverá otras que están conectadas con ella y así sucesivamente hasta conseguir (o, por lo menos, intentar) que todo el mecanismo sea mucho más rápido y funcione mejor y con las máximas garantías para todos.
Los abogados somos una pieza importante de ese engranaje que es la Administración de Justicia.
Por todo lo que he dicho no puedo dejar de pensar y de sentir que me encanta ser abogada. He llegado tarde a esta profesión (durante un tiempo preparé oposiciones y después desempeñé otros puestos relacionados con el Derecho) pero cada día estoy más contenta de haberme decidido y haber dado este paso profesional.
Me ha encantado este artículo.
Un abrazo Pilar desde Alicante.
Gracias. Un saludo.